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Qué dice usted después de decir hola? Eric Berne acuña el término "camisetas" para definir la adopción de posturas por las que nos gusta ser identificados. Como quien lleva una frase que dice: "Estuve en Amsterdam pero no me acuerdo", todos precisamos definirnos a través de algo cuando entramos en contacto social. Una máscara que delimite los parámetros acción con la que esconderse, pero que no esté muy lejos de nuestros principios. Un ejemplo de esto es la chica que sale al pub un sábado por la noche con la camiseta: "Busco al hombre perfecto". Destilará atención, inquietud, análisis, el maquillaje pertinentemente distribuído y la camisa planchada. Lo más probable es que en la parte de atrás de dicha camiseta se pueda leer: "Pero no eres tú".
Otro ejemplo es el del joven decepcionado con el mundo. Todo le sale mal, todos terminan clavándosela por la espalda, la vida es dura. Su conversación girará en torno a las crueldades de la vida. Las chicas lo maltratan, el jefe lo esclaviza, los amigos... contados y la familia, lo reprime. Este es el perfil que detesto.
Este tipo lleva una camiseta que dice: "Dame una patada" porque se han habituado a que el mundo les lastime y se las apañarán para que siga haciéndolo. Si no, su discurso se iría al traste.
Soy tan familiar a este tipo de carácteres que los identifico sin necesidad de hablar, lo que ha resultado bastante útil porque de otra forma tendría que buscar excusas para interrumpir la plática. Es tan profunda la incomodidad que siento con ellos.
Amo odiar. A veces me parece que amo odiar más de lo que amo amar.
Me provoca una mayor pasión toparme con los "Dame una patada" que con cualquier otra camiseta amistosa, la fogosidad del odio que siento me hace sentir viva. Revolcarme de rabia me reafirma en lo que no soy, y me siento orgullosa de lo que no soy por encima de lo que soy. No soy una pesimista frustrada, yo no me indigno porque no espero nada.
Me apena que el odio esté infravalorado, que se le tema tanto. Habría que temerle a la venganza, sin embargo por ella la gente hace la vista gorda. La venganza es premeditada, planeada, el odio puede ser saludable, vital, insufla de energía, como un café solo.
Yo odio lo que rechazo que sea asociado a mí, las actitudes que me parecen peligrosas porque conllevan errores intrínsecos incompatibles a mis principios.
Adoro hablar de lo que me repugna, buscar las razones cómicas por las que detesto poses, e incluso me divierte, casi me arrebata porque ensalza mi no yo.
Y quizá, detrás de toda esa avesión, lo que se esconde es el miedo a convertirme en algo en lo que temo convertirme, algo que secretamente sé que podría ser. Y mis convicciones son tan fuertes que creo que mi propia camiseta personal estos días ha pasado de "Yo solo quiero pasármelo bien" a ""Solo me lo paso bien odiando".
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