Crónica vacacional

Si como bloggero de ambición, no le dedica un post a sus vacaciones a su regreso, es que se trata usted de un miserable y debería de bajar peldaño en la pirámide de influencia blogosférica, si es que alguna vez consiguió ascender. O es que no lo ha pasado bien y opta por ignorar que alguna vez las tuvo, haciendo caso omiso a las preguntas de los comments: Las vacaciones, bien?
Por lo que a mí concierne, aún me queda algo de dignidad bitacorera y la certeza de haber disfrutado de unas vacaciones intensas, cuyas secuelas adivino perdurarán a largo plazo. Mi estómago, primer perjudicado de la operación, ha sido sometido a trabajos forzados, tanto en el consumo compulsivo de gazpacho Alvalle, cuyo abuso en el ámbito familiar español está comenzando a preocuparme, como por la sobredosis de gintonics y mojitos del bar Santa Cruz, que apenas recuerdo haber abandonado.
Tanto es así que a mi vuelta, me encuentro envejecida. Estas dos semanas me han marcado años, no sé si de forma irreversible o una temporada a base de yogures de leche de soja, arroz integral, pan con ginseng y ejercicio regular podrán remediar.
Valencia sigue tan encantadora como cuando la dejé, y ni la Fórmula 1, ni la Copa América han podido afear un ápice su ya natural decandente fisionomía. Podrán construir viviendas caras sobre cada mínimo espacio libre, pero no nos quitarán la capacidad de improvisar rincones secretos, en los que cualquier cosa es posible. Ni la de la queja, eso bien lo sabe mi santo padre.
Interiores apestosos y de temperaturas desérticas es la única opción que nos queda a los que huímos de los garitos de la Malvarrosa. Lugares en los que el calor es tan intenso, que al salir a la calle sientes frío a 37°, pero nada que un arroz con bogavante y una sangría no solucione.
Yo de todo me quedo con las sobremesas de sofá y bragas, con el airecito de frente y una peli como El gran carnaval de Wilder en la TCM, esa es la actividad que más que ninguna otra, me constata el hecho de que ESTOY DE VACACIONES. Después duermo una siesta pegajosa y me despierto a tiempo de correr a por una horchata líquida y pasearme por la lamentable franquicia FNAC, sólo para salir echando pestes y jurando no volver a entrar. Otros días me decanto por pasar tardes enteras en Oldies, la mejor tienda de vinilo de segunda mano de la ciudad o cualquier librería de viejo de Ruzafa, de donde saldrán todos los regalos que me traiga de nuevo a las tierras altas.
Vestidos de tirantes, sandalias, rojeces en la piel y pelo secado al viento son la marca de la casa en mis veranos valencianos, intento aprovecharme de ellos al máximo porque sé que no se me presentará la oportunidad hasta dentro de otro año. Con el dibujo del bikini en el cuerpo, Edimburgo me reservaba la sorpresa del atentado chapuza y amateur en Glasgow. Nadie se explica cómo ha podido suceder, se creían que el odio a Inglaterra les proporcionaba inmunidad, pero ni el voto mayoritario a la izquierda nacionalista lo tiene. Y entre todo este barullo a mí lo que más me llama la atención es que los medios se tiren las manos a la cabeza por lo que han dado en llamar el "complot de los médicos". Pero qué se puede esperar de ellos? Es que nadie se había dado cuenta de que son todos unos indeseables?