Forma parte de un ritual que comenzó hace mucho, mucho tiempo, cuando la pequeña Pussy despertó un interés por el cine a altas horas de la noche. Como nos referimos a una diminuta, minúscula Pussy, las altas horas de la noche empezaban a las 9. Lo que sucedía después de las 10:30 eran secretos vetados, y la curiosidad hinchó tanto el globo de su imaginación, que ésta explotó esparciendo todo tipo de imposibilidades. Pero antes de que este
big bang sucediera, la película de las 9 en punto era sagrada. Aunque agotada tras serios días de sinparares, me tumbaba en el sofá, con la cabeza en el regazo de mi madre mientras la obligaba a rascarme la espalda. Suena un poco extraño, pero todos hacíamos cosas raras de pequeños. Mi amiga Laura, por ejemplo, veía la tele con su hermano escondidos ambos bajo la mesita del café. Las tardes que pasaba en su casa terminaron fastidiándome las cervicales, porque no había espacio suficiente para los tres, pero ellos se empeñaban en agazaparse adoptando incomodísimas posturas. Un día se me ocurrió sugerir el enorme sofá, tan blando, cubierto de cojines de colores que decoraba el comedor, y me miraron como si estuviera fuera de mí.
El caso es que desde el sofá, con la mano de mi madre sobre mi dañada espalda, nunca terminaba de ver las películas. Me mantenía despierta durante la mayor parte de ellas, una hora y poco más. Sin importar la calidad de la cinta, o si la estaba o no disfrutando, antes del final me entregaba a
Sandman en cuerpo y alma. En ocasiones luchaba contra el sueño, me proponía mantenerme espabilada y me concentraba en el estado consciente. Pero como si hubiera sido maldecida por el
Dios Desenlace, caía en los brazos de la inconsciencia. Otras veces aguantaba hasta los últimos cinco minutos, para fracasada, perder la batalla final contra el destino.
Así que cuando despertaba con los títulos de crédito, le preguntaba a mi madre qué había pasado. Las madres son fantásticas cocineras y compañeras de compras, pero no saben contar películas. Al menos la mía, que parece vivir una realidad alternativa en la que las películas tienen argumentos diferentes, incluso personajes inventados. Preguntarle a mi madre por el final de una peli es un error que se paga con la frustración que sufren muchas parejas, la de irse a la cama insatisfecha.
Cambiemos de escenario, sitúen ahora a una crecidita Pussy, ya con tinte en el pelo y cejas depiladas sobre un sofá, excitada por tener entre sus manos la copia de una peli en dvd que lleva tiempo esperando ver. Vuelvan una hora después y la encontrarán con
R.E.M. Sin una madre que me deje boquiabierta, ahora tengo que ver los últimos 30 minutos de cada película al día siguiente, lo que trae varios problemas: Quién recuerda en qué momento cayó dormido? Cuando selecciono escenas en dvd, ni si quiera identifico las que ví estando despierta. Así que me debato durante un rato hasta elegir un punto al azar. Intento concentrarme, acumulo todos los datos que encuentro en mi cerebro sobre la cinta. Pero sin fallar, inmediatamente después de darle al play tengo la sensación de que me he perdido algo, de que hay un detalle básico del guión que no recuerdo.
Es molesto cuando alguien me pregunta: "has visto XXXX?" y contesto: "sí", porque siempre le sigue el comentario: "Qué bueno es
el final, eh?" Entonces entramos en el debate en el que tantas veces me he visto envuelta: "si no has visto el final, en realidad, no has visto la película". Claro, pero ver sólo el final de una película, tampoco te dá el derecho de decir que la has visto.
Llegué a pensar que los finales solo existen en las salas de cine. Me convencí de la existencia de un
complot organizado por los magnates de ciertos canales de televisión que interrumpen los últimos minutos, emiten ondas valium que nos hipnotizan y nos envian a asesinar a sus enemigos. Al día siguiente no nos acordamos de nada.
Pero también es cierto que durante esa época, tomaba muchas drogas.
Yo no soy de esas que se queja sin fundamento. Tampoco creo que sea yo la única sufridora del
síndrome del sinfinal, así que tengo una solución perfecta que va a cambiar la vida de muchas personas. No es una solución así repentina, es fruto de la reflexión de años de sufrimiento y agonía.
Quiero un DVD con la última media hora de todas las películas.
Sólo entonces podré dejar que me rasquen la espalda sin preocuparme por final de ninguna película.
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