Tales of the weirdly departed
El respeto a los muertos es una tradición cuyo origen desconozco pero considero obsoleto y de necesaria abolición. Evaristo, mi profesor de literatua durante los 3 años de bachillerato, solía contar que el recuerdo más jocoso que guardaba, era el velatorio de la madre de un amigo suyo. Una mujer extraodinaria y tan divertida que se pasaron la noche entre risas narrando anéctotas en las que la muerta era la protagonista de varios sucesos disparatados. Mientras, ella reposaba ahí, junto a ellos, confirmando el buen recuerdo que su memoria iba a dejar.
Yo no soy persona de gran espiritualidad ni misticismo, asi que el momento de la muerte me despierta curiosidad, como algo que llegará un día, y como a la menopausia no la espero con ansia. Pero no veo porqué no ha de entretenernos y proveernos de material cómico. Si pudiera elegir, mi muerte sería discreta e indolora, de perfil imperceptible, tímido. Como un silencio inadvertido.
Desgraciadamente, haciendo uso de la sabiduría popular, diré que las cosas nunca son como una las espera. Tras leerme el ligero libro de Cynthia Ceilás Thinning the herd: Tales of the weirdly departed, reafirmo el refranero.
Una lectura más que apropiada para las fechas, con el día de los muertos a la vuelta de la esquina, el recopilatorio de muertes curiosas que el libro recoge contiene joyas como estas. Algunas de ellas, como dijo el irlandés encarcelado hace unas semanas por empujar a una viandante y orinarle mientras ésta yacia en el suelo: “Esto es material de Youtube”:
-El comandante unionista John Sedgwick antes de ser derribado por un tiro en la cabeza durante una batalla de la Guerra Civil estadounidense, afirmaba: “No pueden alcanzar ni a un elefante a esta distancia”.
-Mi personaje favorito que el actor británico George Sanders interpretara es el del profesor de colegio Gordon Zellaby que se suicida pensando en blanco en Village of the Damned. A los 64 años de edad, dejó una nota junto a su cadaver explicando las razones por las que se quitaba la vida: "Simplemente, estaba aburrido".
-Cuando Voltaire, en su lecho de muerte fue incitado por el cura que le impartía la extrema unción a renunciar a Satán, este contestó: “Querido amigo, este no es momento de crearse enemigos”.
-La nota que el linguista francés Dominique Bouhours dejó previamente a su suicidio decía: “Estoy a punto de – o voy a – morir. Ambas expresiones son correctas”. Qué precisión.
-Pancho Villa, presionado por su fama, antes de morir exclamó a su biógrafo: “No deje que esto acabe así! Escriba usted que he dicho algo!”
-Las últimas palabras de Einstein forman parte de la Historia oculta que jamás sabremos. Su enfermera y única presente en el último suspiro del genio, no hablaba alemán.
-Joan Crawford, haciendo gala de su fama de despreciable se giro hacia su mayordomo, que rezaba de rodillas en su lecho y le dijo: “Maldito, no te atrevas a pedirle a dios que me ayude”.
Acompañante perfecto de este libro es el Diccionario de últimas palabras de Werner Fuld, en la misma línea. Y recuerden, si la muerte se avecina, tengan el discurso preparado.
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