Dead by Dawn, 2009
Mi padre, en su obsesión por ser puntual, se empeñaba en llegar al cine del barrio con horas de antelación a la programada. Como siempre íbamos a primera sesión, la sala ni siquiera había abierto y las persianas estaban bajadas, al igual que las de los comercios cercanos. Recuerdo los momentos hasta que la ventanilla subía el estor metálico como una espera eterna, con la impaciencia y el reproche a mi padre por hacernos llegar tan pronto. Una vez acomadada en la butaca, con la luz ténue y el murmullo quieto de la sala, se me olvidaba el tedio de la espera y cuando se apagaban las luces era cuando empezaba el momento mágico. Aún me entra un pequeño hormigueo cuando escucho la sintonía de Movierecord.
Pero hace años que el cine Tyris cerró para siempre, como después hizo el Serrano, el Artis, el Capitol y los Martí. Ahora hay que coger el coche y aparcar en una de las grandes superficies comerciales de las afueras. El cine ha salido del contexto de la vida cotidiana, para pasar a formar parte del consumismo concentrado y aséptico de los centros comerciales, alejándose de nuestra rutina diaria y reconocible, como mis madalenas favoritas, las del horno de la Gran Via.
Mi teoría es que en este translado de escenario fue donde se perdió la magia. La magia de la oscuridad del cine, del silencio, de las cortinas abriéndose a trompicones y de los títulos de crédito con música que tarda unos segundos en ajustarse. En cambio ahora, hay que utilizar escaleras metálicas y abrirse camino entre la masa de adolescents histérico hormonales y Burger Kings para poder disfrutar de una película interrumpida por el rugir del maquineto. Llámenme nostálgica, pero el cine ha perdido su encanto. Y la prueba está en que mi padre llega con el tiempo justo porque según dice, ahora con los anuncios dá igual que llegues tarde.
Es por esto que no puedo dejar de perderme Dead by Dawn. El modesto festival de cine de terror de Edimburgo es el único momento del año en que me siento en la oscuridad y siento que lo que voy a ver a continuación es algo realmente especial, una producción cono los medios disponibles, llena de entusiasmo, de ganas y de absoluto amor por el cine de género. Durante cuatro días me maltrato con comida basura, alcohol y malas posturas que me dejan la espalda baldada al menos una semana y aún así son mis cuatro días favoritos del año porque hago lo que más me gusta hacer, ver películas que intentan romper con las convenciones y desafiar fórmulas. Mis recomendaciones son inútiles, y mi juicio inválido porque en él influye mi disposición, y el hecho de que tras 20 películas las valoraciones imparciales son imposibles.
Aún asi, como una pequeña muestra de lo que fue, les dejo el corto de Luis Cook The Pearce Sisters. Mórbidamente bello.
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8 Comments:
Durante cuatro días me maltrato con comida basura, alcohol y malas posturasNo me lo creo! Lo de que solo lo haga estos cuatro dias, digo.
Cuando era joven, pues no le digo yo a usted que no, pero con la edad, pues lo que pasa, que las costumbres van cambiando :)
Ni nostalgia ni nada, el ir al cine ha perdido su encanto. Sin la sesión continua y los programas dobles y triples nada es lo mismo, todo es peor.
En Valencia creo que queda todavía un cine con programación doble.
He sido el operador-proyeccionista de los Cines Aragón-Acteón de Valencia, en el 2002) y tienes toda la razón Galorina. EL mejor cine para ver una película era el Acteón, con mucha diferencia. Con slol entrar comprendías que era un santuario de culto al cine. Que grandes posters. Al igual que en los cines Aragón. Rebosaban de amor al cine, al antiguo, al que la oscuridad, las palomitas, la ensoñación. Y para colmo no tenían ni pizca de snobismo como en las ratoneras de los cines Babel y compañía. Esos cines (Albatros también) todavía continúan, pero ahora lo dominante es ir al maldito multicine Lys o en Paterna al megamonstruosos centro comercial de Kinepolis.
En Murcia, ni comento, solo hay dos multicines en sendos centros comerciales, y 2 salas en el centro de la ciudad, una de ellas, de recomendada visita: el cine Rex.
Gracias por volver, G.
La última vez que fui al cine en pleno fin de semana, vi a taraos entrando en la sala con cajas de nachos con su salsa guacamole y todo. Y además creo recordar que era una pareja de novietes, que entre nacho y nacho se comían hasta la campanilla de la garganta.
Se están perdiendo las formas, Pussy.
La formalidad, creo Juan Antonio, no debe centrarse en la comedura de lengua, o de nachos (algo que si se ha impuesto al visitante cinefago), antes eran palomitas. Defiendo que se coman palomitas, o se cene tortilla de patatas con un litro de birra fría en las gloriosas terrazas de verano. Una cosa es el respeto por los demás, o sea, no cascar a porrillo y comentarle a los demás que listo es uno analizando la película, o gritando e incordiando; y otra bien distinta la de comer palomitas, no me molesta demasiado, en una secuencia trascendental que se coman palomitas, lo más odioso es lo de las bolsas de patatas fritas, gusanitos rojos, etc. Eso si que me pone nervioso. Aunque es mucho peor que se lean carteles en unos cines snobs como los Babel que te prohiben comer en la sala por respeto al director de la película. ¿Que pollas saben los gerentes del cine si al director le importa, le agrada, entusiasma o le horroriza la idea de que un cinéfilo coma palomitas, pollas, tetas, meta mano donde pille, coma gargantas o beba gaseosa barata?
Miss Pussy, ¿a que sí? Vincent Gallo es tan mmm...
Me gusta eso de mórbidamente bello.^-^, besos.
He llegado comer comida china en un cine, ahora sería imposible, demasiada pulcritud.
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