Tuesday, August 19, 2008

La mente cronengberiana

Palahnuik, fantástico cuentacuentos, narra cómo un buen amigo perdió su dedo para cobrar la indemnización del aereopuerto en el que trabaja. La sangre cubre su brazo y salpica los equipajes de la cinta, pero cuando mira la palma de su mano, ahí está su dedo, sujeto a través de venas. Tira y tira, hasta que siente el dolor de los nervios en todo su brazo, que empieza a entumecerse. Como la cuerda de una guitarra, tenso y largo, no hay forma de cortar el miembro sin alguna herramienta afilada. Si se queda ahí, los doctores serán capaces de coserlo de nuevo y entonces no cobrará el seguro. Tira y tira hasta que vigilantes de seguridad se precipitan en la sala. Las maletas, cubiertas de sangre, han vuelto a facturación despertando la alarma.
Los médicos cosen su dedo con éxito.
Escuchando su relato, sus extensas descripciones y calvarios, noté como mi cara se encogía y arrugaba y me empapaba en sudor a la vez que sentía el dolor en el brazo tal y como Chuck detallaba. Llegué a mirar mi mano, ya sin dedo índice y me convertí en el protagonista de la historia. Ahí estaba yo, en la sala de designación de equipajes del aereopuerto de Seattle, con una deuda bancaria por un préstamo de estudiante de 7000 dólares, distribuyendo equipajes que van a viajar a exóticos lugares en el viejo continente mientras trabajo de noche e intento desgarrarme el dedo de la forma más mórbida para liquidar mis déficits y pagarme unas vacaciones más que merecidas.
Desde entonces el terrible escenario me persigue y decide montarse en los momentos más inesperados, viendo la tele, en la ducha o celebrando el cumpleaños de alguna amistad, me veo inmersa en esa sala oscura junto a la cinta que transporta los equipajes, sangrando y mareada, pero con un único objetivo: deshacerme de mi dedo índice. Y una vez el pensamiento penetra en mí, ya no hay manera de librarme. Permanece durante extensos minutos, torturándome hasta el punto de gesticular y querer arrancarme la cabellera. Y traten de concentrarse en The Wire cuando la sangre cae desde su codo a chorros.
Pero el aereopuerto no es el único decorado; cruzar la calle a veces me transporta a la experiencia de ser atropellada por un camión de El Corte Inglés, subir a la cumbre de una montaña, a la sensación de saltar al vacio y estamparse en el suelo. Cada situación, cada objeto tiene el potencial de convertirse en mi próxima trampa que me abduce a este terrible plató. Como en una película de Cronenberg en la que cualquier mundanidad puede transformarse en un fusil de traumas, mi visión del entorno esta siempre a punto de ser macabro, cada hueso de pollo puede convertirse en una pistola.
Pero no me tengan pena, queridos seres normales. Yo no necesito de deportes de alto riesgo, solo tengo que salir a la calle, escuchar un relato o dejar mi mente en blanco para descargar adrenalina.

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1 Comments:

At 9:08 AM, Blogger el loco oficial said...

Esto se avisa, acabo de leerlo justo dos horas antes de ir a revisión para ver cómo sigue la fractura de mi quinto metacarpiano....ay!
me ha gustado el post

 

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