Edinburgh Fringe
Anoche tuve una pesadilla horrible. Me paseaba por los pasillos de una casa gigantesca de varios pisos en la que se estaba celebrando una fiesta. La luz de ambiente era roja, por supuesto, y a mi alrededor, el resto de invitados, tanto los que reían como los que bebian o los que se escabullian perseguidos por otros, como los que discutían se lo estaban pasando de maravilla. Yo buscaba a mis amigos, era difícil con el bullicio y el gentío. Tampoco ayudaba el tamaño del caserón ni la cantidad de alturas.
Me he despertado confusa, y al salir a la calle me he encontrado en el centro de una ciudad atacada por la histérica. Gente disfrazada entregándome fliers, actores ocasionales, excéntricos, oportunistas, shows callejeros de contorsionistas y trapecistas, intérpretes amateurs de Shakespeare y todo un elenco de personajes de la farándula a tiempo parcial. Todos y cada uno de ellos tratando de destacarse sobre los otros con atuendos o comporatmientos únicos.
Entonces mi sueño a cobrado sentido, porque caminando entre las masas yo me siento como el espíritu anti-fringe, el Scrooge del festival, refunfuñando y detestando a cada supuesto actor de reparto que me cruzo.
Cada año es lo mismo, me estudio el programa de cabo a rabo, leo hasta la sección de teatro musical, subrayo, catalogo cada show con marcas diferentes según el grado de interés que me despiertan... para al final, nada, termino acudiendo a conciertos o al cine, como el resto del año. Quizá sea frustración y envidia, los odio porque por más que lo intento no puedo pasar a formar parte de la celebración.
El rey del Fringe es la comedia, stand-ups en cada antro, en cada agujero rehabilitado, en cada sótano de bar, la hay ofensiva, la hay gratuita, la hay asidua, común, original, conocida, vulgar, efectiva, decadente, devastadora, hilarante, mediocre, vacía, popular, ejijan ustedes el adjetivo. Sea del tipo que sea a mi no me gusta.
En mi defensa diré que la española no es una cultura muy dada al fenómeno stand-up, los humoristas españoles o cuentan chistes como Eugenio o son parte de un pequeño acto como Gila, pero esto de tener un tipo de pie en un escenario con un micrófono durante una hora no es un tipo de espectáculo al que esté acostumbrada.
Pero como en mi sueño, a mi alrededor se produce algo, una festividad para la que audiencias viajan miles de kilómetros, y sin embargo, al director se le olvidó mandarme la invitación.